Megan Dixon tenía 13 años cuando empezó a sentirse mal.
Al cumplir los 16, después de perder el habla y presentar un cuadro de salud deteriorado, fue hospitalizada. Los médicos sospechaban que podía haber sufrido un derrame cerebral.
Pretendían que estuviese en el hospital solo cuatro días con la idea de hacerle unas pruebas, pero no salió hasta dos años después. Y lo hizo completamente paralizada.
Perdió la capacidad de caminar, hablar o abrir los ojos. Los profesionales de la salud que la trataron le dijeron que no volvería a moverse.
A Megan le diagnosticaron un trastorno neurológico funcional (TNF), lo que significa que tiene un problema con la forma en que su cerebro recibe y envía información al resto del cuerpo.